Editorial - Cuaresma

Mientras escribo estas líneas, ya va muy avanzada la Cuaresma.
¡Es notable! ¡Qué podrá significar eso, Cuaresma, en el hombre actual!.
Sin un mínimo de cultura, difícilmente emparente la palabra con "cuarenta".
Menos aún identificar Cuaresma con los cuarenta días de oración de Moisés en el Sinaí; los cuarenta años de los israelitas por el desierto mientras buscaban afincarse definitivamente en la Tierra Prometida e indicada; ni menos con los cuarenta días de ayuno, soledad y silencio de Jesús, luego de su bautismo y antes de comenzar el cumplimiento de su testimonio-misión.
Y en realidad vamos viviendo- toda la humanidad- algunos aspectos de la Cuaresma, mientras otros están dramáticamente ausentes.
Vamos buscando nuestro asentamiento.
Nos entretenemos en mil querellas por el desierto árido y sin ocaso en esta historia contemporánea que nos fascina y nos repele.
Como los israelitas, por el desierto vamos, peleando con los otros, y entre nosotros; entreteniéndonos con hechicerías que nos asombran y prontamente nos decepcionan; adquiriendo costumbres que nos quitan identidad y nos molestan.
Esa Cuaresma la vivimos también. La de no saber a dónde vamos; la de las carencias, guerras, etc..
Pero todavía no hemos hecho la Cuaresma del silencio fértil y reconfortante del hombre que está inundado de pensamientos y calla asombrado mientras piensa, admira y ama.
También nos falta la Cuaresma en Dios y con Dios y con Dios, como la tuvieron, un poco aún en sombras, Moisés; y en total comunión y gozo, Jesús.
El no se fue al desierto para no comer, ni para no hablar.
Ni comió, ni habló porque halló a su misterioso Padre y se olvidó de todo.
Por lo cual pudo contestar cuando el hambre lo aguijoneó y el tentador lo provocó: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la Palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4, vers. 3). El había vivido precisamente eso.
Jesús vivió su Cuaresma como una inmensa reflexión antes de comenzar a introducirse en su actualidad llena de incredulidad y perversidad.
Nosotros no creemos necesario, la oración, el retraimiento humilde del hombre sensato que se mide, piensa y reza antes de lanzarse a esta sociedad que atrae, cautiva y confunde.
De cualquier forma, la Cuaresma no es una forma definitiva sino un estadio, un camino, una situación que desemboca en una Pascua, modo definitivo del creyente.
Pero queden marcados estos hitos: soledad para reencontrarme conmigo, y sólo así con Dios; y con El poder llegar a ser alivio para mis hermanos.
¡PAZ!

Pablo.