Tiempo de Cambio

AÑO 2 - No. 13 (MARZO 1982)

El 24-2-1982 comenzó la Cuaresma. Era el miércoles de Cenizas. Tiempo de penitencia, de arrepentimiento.
Los antiguos expresaban el arrepentimiento con signos harto claros y manifiestos.
Vestían ropas llamativamente miserables, otros rapaban sus cabellos o cabelleras, otros se "empolvaban" con cenizas, en fin, confesaban públicamente su error, su malicia, su equívoco.
Era una manera de expresar vivamente su desacuerdo total con una actitud tomada y vivida por ellos mismos en un pasado próximo o lejano.
No era evidentemente unos meros "golpecitos de pecho". No era una carita sugestivamente "compungida". Ni menos un gesto convencional y conveniente como para recuperar la fama perdida y captar nueva audiencia.
Era un sincero deseo de cambio, que los primeros cristianos la llamaban METÁNOIA. Lo que hoy llamamos confusamente "confesión".
Uno iba a confesar que quería cambiar, modificarse, que estaba HASTIADO y adolorido por lo actuado hasta allí y quería comenzar a ser de nuevo una persona nueva, borrar de sí, sacar aquello bochornoso, lamentable, humillante de su vida y ser un HOMBRE NUEVO.
Hay muchos elementos, sucesos, personas que pueden de pronto ser INSTRUMENTOS, medios de los que el Señor Dios Nuestro se vale para que yo cambie, me modifique y sea lo que debo y quiero ser.
El amor, el matrimonio, la llegada de un hijo, la confianza que de pronto alguien coloca en mí, una amistad sincera y cabal, total que se me ofrece así inesperadamente: MOTIVOS PARA CAMBIAR.
También y por qué no, situaciones "negativas" pueden ser factores de cambio: el dolor, la pobreza, la muerte, una calumnia, la falsía de un amigo; todo eso puede de pronto originar una modificación en mi vida, un deseo interno e impostergable de cambiar.
Creo que los argentinos hemos asistido conmovidos a modificaciones y sucesos insoportables e inimaginables en los últimos diez años. Hemos visto junto a nosotros (en nosotros) la euforia, la alegría colectiva, la abundancia, la vida incontenible y contagiosa, la abundancia superflua provocativa sin sentido y a veces cínica.
Luego llegó lo otro: el desconcierto, la conciencia de la vaciedad de las multitudes y de los títulos, el miedo, el terror, el silencio, la amenaza oculta, la provocación y atropello público, la deserción, las estampidas de los que se fueron sin tiempo para adioses (contrastando con la invasión bullanguera tan fanfarrona y pródiga que "huyó" a Miami, Disneylandia, Europa y Sud Africa) y también se instaló la incertidumbre del trabajo, el fantasma del despido, la humillación del hombre prescindible, la carencia, la pobreza y en no pocos la miseria, el hambre y la desocupación.
Tenemos hartos motivos para cambiar, ¿no es cierto?. Por lo menos cambiemos en esto: que no son los otros y las cosas las que deben cambiar, sino YO personalmente, íntimamente.
"El que no tenga pecado, que tire la primera piedra". ¡Nos sentimos inmaculados, ajenos, lejanos y sin nada que ver con todo lo sucedido...!
De qué grupo formábamos parte: de los violentos que creyeron que "LA LIBERACION" se imponía a metralletas y bombas, o de los que creyeron que con palos y torturas sin cuentos "REPRIMIAN EL DESORDEN CRIMINAL". "Ojo por ojo, diente por diente". O fuimos parte de los bullangueros grupos que lo visitaron todo, lo trajeron todo. O de los envidiosos y amargados que no podíamos viajar ni comprar. O de los superficiales y desatinados que vivíamos emborrachándonos de chismes, de TV, drogándonos con las excentricidades de los grandes, o en fin, de los que amargados caímos en el mutismo sin salida ni esperanza, o en el otro no menos repudiable mutismo táctico y nada cristiano del SILENCIO ES SALUD. Y, a todo esto, nosotros cristianos, ¿qué hicimos?.
Sin duda debemos apresurar a provocar un cambio de situaciones. Pero sería cinismo, hipocresía, fariseísmo, que intentando cambiar todo, yo siguiera siendo el de siempre.
Jesús decía: "no se puede poner el vino nuevo en odres o cueros viejos". La Cuaresma es para eso precisamente, un tiempo interno, fuerte, en el cual en visión del misterio del Dios crucificado YO cambie mi vida.

Pablo R. Tissera.